En los últimos años, las zonas francas han pasado de ser simples enclaves aduaneros a convertirse en plataformas de expansión estratégica para empresas globales. En América Latina, estas áreas delimitadas con beneficios fiscales y operativos ofrecen una solución atractiva para compañías que buscan optimizar costos, mejorar procesos logísticos y acceder a mercados internacionales de manera más eficiente.
Actualmente, hay más de 600 zonas francas en funcionamiento en la región, según cifras de la Asociación de Zonas Francas de las Américas (AZFA). Estas zonas no solo generan más de un millón de empleos directos, sino que también canalizan una parte significativa de la inversión extranjera directa (IED), especialmente en sectores industriales, tecnológicos y logísticos.
Para inversionistas y corporaciones multinacionales, las zonas francas representan una ventaja competitiva clara. Al operar bajo regímenes especiales que incluyen exoneración de aranceles, reducción de impuestos y procesos aduaneros simplificados, las empresas pueden mejorar sus márgenes de rentabilidad, agilizar su cadena de suministro y ganar flexibilidad operativa.
Colombia, por ejemplo, ha consolidado un modelo de zonas francas permanentes y especiales que ha permitido atraer inversiones en sectores de alto valor agregado como biotecnología, farmacéutica, servicios globales y tecnología. Solo en 2023, las exportaciones desde estas zonas representaron más del 10% del total nacional.
En República Dominicana, las zonas francas canalizan más del 70% de la IED. Empresas de manufactura, electrónica y servicios han encontrado en este modelo una oportunidad para escalar sus operaciones en el Caribe y América del Norte.
Otro de los grandes atractivos de las zonas francas es su integración logística. Al estar ubicadas estratégicamente cerca de puertos, aeropuertos y carreteras, estas zonas facilitan la importación de insumos y la exportación de productos terminados, reduciendo costos de transporte y tiempos de entrega.
Panamá destaca como un hub regional gracias a su Zona Libre de Colón, la segunda más grande del mundo después de Hong Kong. Esta zona es un eje para la reexportación de productos hacia América del Sur, Centroamérica y el Caribe, con una red consolidada de más de 3.000 empresas operando en distintos rubros.
Además, muchas zonas francas están apostando por convertirse en clústeres industriales. En Perú y México, este enfoque ha promovido la creación de ecosistemas integrados donde conviven proveedores, ensambladoras, centros de investigación y operadores logísticos, fortaleciendo la competitividad del tejido productivo.
El modelo tradicional de zonas francas está evolucionando hacia esquemas más sofisticados que integran sostenibilidad, innovación y tecnología. En países como Uruguay y Costa Rica, las nuevas zonas están enfocadas en industrias limpias, economía del conocimiento y desarrollo de software.
Esto responde a las nuevas demandas del mercado global, donde los inversionistas buscan entornos estables, responsables y adaptables. A la vez, organismos internacionales como la OCDE y la OMC han comenzado a monitorear más de cerca la regulación de las zonas francas, promoviendo prácticas transparentes y respetuosas del comercio justo.
Por ello, algunos países están implementando criterios ESG (ambientales, sociales y de gobernanza) dentro de sus marcos normativos, ofreciendo así entornos más sostenibles y atractivos para inversiones a largo plazo.
La reconfiguración de las cadenas de valor globales, impulsada por fenómenos como el nearshoring, el reshoring y los conflictos geopolíticos, está generando nuevas oportunidades para América Latina. Empresas que antes fabricaban en Asia están considerando relocalizar su producción más cerca de sus mercados de destino.
México, por su cercanía con EE. UU., y Centroamérica, por sus costos competitivos, están captando cada vez más la atención de empresas interesadas en diversificar su cadena de suministro. Las zonas francas son el vehículo ideal para materializar esa estrategia, al ofrecer un entorno preparado y rentable para operar.
Además, la digitalización de los procesos aduaneros y logísticos está simplificando los trámites de importación y exportación, aumentando la eficiencia operativa y reduciendo la fricción regulatoria.
Desde la perspectiva corporativa, las zonas francas permiten una planificación fiscal estratégica, reducción del riesgo operativo y acceso a talento local capacitado. Esto no solo las convierte en espacios atractivos para la manufactura, sino también para los centros de servicios compartidos, data centers y hubs de innovación.
Al integrar políticas públicas favorables, infraestructura de primer nivel y una visión de largo plazo, las zonas francas se perfilan como un recurso fundamental para las empresas que apuestan por la expansión regional y global.
En conclusión, las zonas francas de América Latina ya no son únicamente instrumentos de política comercial, sino pilares fundamentales para la arquitectura empresarial del siglo XXI. Su capacidad para adaptarse, atraer capital y generar valor las posiciona como aliadas estratégicas en la transformación del comercio y la inversión internacional.
Fuente: Infobae
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