En la última década, el crecimiento económico de China ha venido acompañado por una ambiciosa estrategia de expansión global que incluye la adquisición de empresas emblemáticas en mercados como Estados Unidos. Este fenómeno ha generado no solo un impacto económico directo, sino también una creciente inquietud en círculos políticos, militares y regulatorios por las posibles implicancias para la seguridad nacional.
El sector tecnológico, energético, inmobiliario, agrícola e incluso el aeroespacial ya registran adquisiciones de firmas estadounidenses por parte de conglomerados chinos. Mientras que algunos defienden estas inversiones como parte de la dinámica natural de la globalización, otros ven una clara intencionalidad geoestratégica detrás de cada compra.
Uno de los sectores más sensibles es el tecnológico. Empresas como Motorola Mobility y GE Appliances, históricamente ligadas a la innovación estadounidense, hoy operan bajo control de grupos chinos como Lenovo y Haier, respectivamente. Estas adquisiciones no solo permiten a China ampliar su presencia de mercado, sino que les otorgan acceso a tecnologías desarrolladas en EE. UU., algunas incluso con aplicaciones militares o gubernamentales.
El Comité de Inversiones Extranjeras en los Estados Unidos (CFIUS) ha expresado reservas ante este tipo de operaciones, y en algunos casos ha llegado a bloquear adquisiciones cuando se detecta riesgo para la seguridad nacional. Sin embargo, muchas de las compras más relevantes se realizaron antes de que el escrutinio fuera más riguroso.
La adquisición de Smithfield Foods, el mayor productor de carne de cerdo en el país, por parte del grupo chino WH Group, despertó una fuerte polémica en el Congreso. Más allá de la compra en sí, la operación incluyó extensas tierras agrícolas estadounidenses que ahora están en manos de una corporación extranjera.
Aunque la empresa asegura que la producción sigue bajo estándares locales, muchos se preguntan si el control extranjero de recursos estratégicos como la tierra y la alimentación podría representar un riesgo a largo plazo, especialmente en contextos de crisis.
En un caso aún más sensible, AVIC (una empresa estatal china ligada a la aviación y defensa) adquirió compañías estadounidenses como Cirrus Aircraft y Nexteer Automotive. Esto ha generado cuestionamientos en torno a la transferencia de tecnología, ya que estas compañías trabajan con sistemas de navegación, dirección y materiales que podrían tener aplicaciones duales, tanto civiles como militares.
A esto se suma la preocupación de que las inversiones chinas estén guiadas no solo por intereses comerciales, sino por objetivos alineados con la estrategia del Partido Comunista Chino para consolidar su presencia en infraestructuras críticas de Occidente.
La compra del hotel Waldorf Astoria por parte del grupo chino Anbang puso en evidencia otro frente de avance: el sector inmobiliario de lujo y los espacios estratégicos. Aunque se trata de una operación inmobiliaria, el hecho de que el hotel haya albergado a dignatarios y líderes políticos por décadas generó alarma sobre la posibilidad de espionaje o uso estratégico del inmueble.
Tras la intervención del gobierno chino en Anbang, muchas de sus propiedades pasaron a manos del Estado, lo que significa que activos estadounidenses estratégicos ahora están en poder directo de Pekín.
El gobierno de EE. UU. ha comenzado a tomar medidas más agresivas para limitar la adquisición de compañías nacionales por parte de grupos extranjeros. La administración actual, al igual que la anterior, ha fortalecido el rol de organismos como CFIUS y ha impulsado leyes para limitar la inversión extranjera en sectores sensibles.
Sin embargo, muchas operaciones ya están consolidadas y los efectos de esta tendencia comienzan a sentirse. Los analistas coinciden en que, más allá del capital, lo que está en juego es el liderazgo económico y político de EE. UU. en un escenario global cada vez más disputado.
La expansión empresarial china en Estados Unidos marca un punto de inflexión en la relación bilateral. La compra de empresas ya no se percibe únicamente desde una perspectiva económica, sino como parte de una disputa más amplia por el poder y la influencia global. Para muchos expertos, este fenómeno exige una respuesta coordinada que equilibre la apertura al capital extranjero con la protección de la soberanía y los intereses estratégicos del país.
Fuente: Infobae
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