La carrera por conectar el planeta desde la órbita baja ha dejado de ser un duelo exclusivo entre gigantes estadounidenses y se ha convertido en un negocio con claros sabores latinoamericanos. El ingeniero venezolano Abel Avellan, fundador y director ejecutivo de AST SpaceMobile, presentó a inicios de mayo sus resultados del primer trimestre de 2025 y sorprendió a Wall Street con un plan de cinco lanzamientos contratados para los próximos nueve meses, frecuencia que situará a la empresa en “una misión orbital cada seis semanas” durante el resto del año y todo 2026.
El anuncio coincidió con un paquete de financiación adicional encabezado por Verizon, que aportó cien millones de dólares entre adelantos comerciales y notas convertibles y cedió veinte megahercios en la banda de 850 MHz para uso espacial. La operación refuerza la estrategia de Avellan de utilizar espectro celular ya asignado a operadores fijos para reducir trabas regulatorias y acelerar la comercialización.
Los inversores recibieron la noticia con optimismo. El mismo comunicado confirmó que AST SpaceMobile espera facturar entre 50 y 75 millones de dólares en la segunda mitad de 2025, gracias a servicios mayoristas de cobertura móvil satelital firmados con más de cuarenta operadoras en cinco continentes. El hito dará a la compañía la primera línea de ingresos “significativa” desde su salida a bolsa, según declaró Avellan a analistas de mercado, y reduce la dependencia de ampliaciones de capital que habían lastrado la acción tras las fuertes pérdidas del ejercicio anterior.
Entre los aliados estratégicos destacan AT&T, que transformó en acuerdo comercial definitivo su memorando de entendimiento de 2018 para extender la colaboración hasta 2030, y Vodafone, que reservó capacidad en la constelación hasta 2034 para sus clientes de Europa y África. Google también mantiene participación accionaria a través de su fondo de innovación y provee recursos de inteligencia artificial para optimizar el enrutamiento en órbita.
El éxito técnico que respalda el atractivo financiero se cimenta en los satélites BlueBird. Cada unidad despliega antenas de sesenta y cuatro metros cuadrados, opera con potencias pico de 70 dBW y genera más de cinco mil celdas sobre la superficie terrestre. A diferencia de los microsatélites de Starlink, los BlueBird funcionan como torres celulares espaciales y se enlazan directamente con teléfonos de serie sin antenas externas. En febrero, Verizon completó la primera videollamada espacial de alta definición desde un smartphone convencional empleando el enlace BlueBird, un avance que evidencia la madurez de la plataforma para servicios de voz y datos.
El fabricante planea entregar su primer BlueBird Block 2 en el segundo trimestre de 2025 y lanzarlo en julio, a bordo de un Falcon 9 o de un New Glenn dependiendo de la disponibilidad de ventana. Los satélites de segunda generación duplicarán la capacidad de tráfico y soportarán agregación de portadoras LTE y NR para velocidades de descarga superiores a 120 megabits por segundo con latencias por debajo de cincuenta milisegundos.
La hoja de ruta productiva es ambiciosa. Avellan aseguró que la nueva línea semiautomatizada en Midland puede ensamblar seis satélites al mes y permitirá colocar cuarenta unidades adicionales en 2025, suficientes para iniciar cobertura casi continua entre los paralelos 56 N y 56 S, franja donde vive el 95 por ciento de los latinoamericanos.
El potencial de mercado es considerable. Un informe interno citado por Light Reading cifra en 30 000 millones de dólares anuales la oportunidad de ingresos por conectividad móvil satelital solo en América Latina y el Caribe, donde 215 millones de personas carecen de banda ancha confiable. Para inversionistas regionales, la entrada de capital en infraestructura espacial se justifica por la drástica caída del costo marginal: proveer servicio a un usuario rural vía BlueBird costaría un 80 por ciento menos que levantar una torre 4G terrestre, según estimaciones de la empresa.
Los beneficios sociales tampoco pasan desapercibidos. En Perú, la Superintendencia de Transporte Terrestre ve en la conectividad satelital una vía para equipar postas médicas en la sierra; en Colombia, el Ministerio de Educación proyecta aulas virtuales para 12 000 escuelas rurales a partir de 2026; y en México, la Secretaría de Turismo valora la cobertura de datos en rutas ecoturísticas de la sierra Tarahumara. Para Venezuela, país natal de Avellan, el proyecto abre la posibilidad de sortear la obsolescencia de la red terrestre y restablecer servicios digitales en las regiones fronterizas del sur del Orinoco.
La tecnología no está exenta de retos. La comunidad astronómica ha advertido que el brillo de las matrices reflejantes puede interferir con observatorios ópticos y radioastronómicos. AST SpaceMobile sometió a la Comisión Federal de Comunicaciones solicitudes para recubrir paneles con materiales de baja reflectancia y modificar la actitud orbital de modo que la luz reflejada no incida en telescopios sensibles. A nivel regulatorio, cada país deberá convalidar el uso del espectro celular en servicios espaciales, un proceso en el que el precedente de Estados Unidos y la Unión Europea juega a favor de la empresa pero podría demorar la entrada comercial en mercados clave como Brasil y Argentina.
Sin embargo, las demostraciones prácticas avanzan. En marzo, Vodafone realizó la primera videollamada vía satellite to device desde el Parque Nacional de Brecon Beacons en Gales, utilizando un teléfono Samsung estándar y un satélite BlueBird, con resultados positivos pese a breves fluctuaciones de señal. La operadora planea replicar el piloto en España y Portugal antes de fin de año y ofrecer servicio comercial en Europa en 2026, movimiento que valida la madurez de la solución y anticipa su adopción en regiones rurales de Latinoamérica donde Vodafone mantiene alianzas a través de sus socios estratégicos.
La competencia se intensifica. Mientras Starlink promueve antenas planas del tamaño de una laptop para hogares y empresas, AST SpaceMobile apuesta por la sencillez de usar el dispositivo que ya está en el bolsillo del cliente. Para el inversor, la decisión se traduce en elegir entre un modelo de infraestructura masiva con márgenes estrechos o un esquema de menor número de satélites pero mayor capacidad y ticket promedio por usuario. Bank of America pronostica que ambos enfoques coexistirán, pero concede a Avellan la ventaja en entornos tropicales densos por la cobertura en banda baja, menos sensible a la atenuación atmosférica.
En el corto plazo, la métrica clave será la puesta en servicio de veinte satélites operativos antes de la temporada de huracanes de 2026, hito que permitirá ofrecer cobertura de respaldo a redes terrestres durante emergencias naturales. Si AST SpaceMobile cumple el calendario y demuestra ingresos sostenibles, las gestoras de fondos de infraestructura de la Alianza del Pacífico han adelantado que considerarán participar en una posible ampliación de capital para la fase de 168 satélites que otorgaría visión global sin interrupciones.
Para la región, la ecuación es clara: cada vez que un nuevo BlueBird despega, se acorta la distancia entre las zonas urbanas conectadas y las comunidades apartadas de la Amazonía, la Sierra Madre o los Llanos venezolanos. Para los inversores, la oportunidad es capturar el crecimiento de una industria que promete que la próxima torre celular no se erija sobre concreto, sino que orbite silenciosa a quinientos kilómetros de la Tierra, generando valor donde hasta hace poco solo había silencio digital.
Fuente: La Nación
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